Este artículo que adjunto puede ser esclarecedor respecto de algunas propuestas marxistas actuales. Analiza algunos textos políticos de Zizek.
Slavoj Zizek: nuevas
propuestas desde la izquierda radical
Luis Roca Jusmet
El Viejo Topo
Ser radical es ir a la raíz de las cosas
mismas
Karl Marx
Lo que voy a hacer en este artículo es una
reflexión sobre los últimos textos políticos del polémico filósofo esloveno
Slavoj Zizek. Se trata de analizar una serie escritos de los años 2003-4 y
publicados entre el 2004 y el 2005 por diversas editoriales argentinas, país
donde el autor goza de una gran popularidad. Los libros en los que figuran los
textos son “A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el
capitalismo tardío”, “La revolución blanda” (para ambos Ed. Atuel
/ Parusía, Buenos Aires, Serie posiciones, 2004) y “Violencia en acto”
(Ed. Paidós, Buenos Aires, 2004). También tendré en cuenta las conversaciones
con Glyn Daly traducidas por una editorial española bajo el título de Slavoj
Zizek. Arriesgar lo imposible (Ed. Trotta, Madrid, 2004) y puntualmente “El
títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo” (Ed. Paidós,
Buenos Aires, 2005).
La primera de estas publicaciones está escrita
por Zizek el año 2003 y recoge una reelaboración de los trabajos de un grupo de
estudio del Instituto de Estudios culturales de Essen (Alemania) conducido por
el autor sobre la vida y la obra de Lenin. Estos trabajos fueron presentados a
un Simposio internacional sobre Lenin en febrero de 2001. El segundo libro
desarrolla estas mismas ideas a partir de las transformaciones del 11 de
septiembre del 2001. El tercero recoge un conjunto de conferencias en Buenos Aires
el año 2003, algunas de las cuales se refieren a temas políticos y que aparecen
en unos capítulos especialmente interesantes: “La dominación hoy: del amo a la
universidad” y “Mas allá de la democracia. La impostura liberal”. “De El
títere y el enano” me interesa aquí un artículo que tiene que ver
indirectamente con la política que es “La emocionante aventura de la
ortodoxia”. La entrevista-conversación con Glynn Daly se efectuó el año 2004 y
está dividido en cinco temas, el último de los cuales es el que trata del tema
que nos ocupa: “Los milagros sí existen: la(s) globalización(es) y la
política”.
Zizek produce mucho y a veces se repite, pero aún
en este caso encontramos matices interesantes. En todos estos textos el autor
analiza los acontecimientos de actualidad siguiendo las líneas teóricas que
empezó hace ya más de veinte años. Ya su primera publicación, ignorada en su
momento por la crítica y el público español, tuvo un gran impacto
internacional. Me refiero a El sublime objeto de la ideología, escrito
en inglés en 1987 y que se tradujo a diez idiomas. En este libro Zizek formula
una teoría de la ideología muy novedosa, basada en un insólito cruce teórico
entre Hegel, Lacan y Althusser. La política es el tema clave de todas sus
publicaciones de los años 90, con ensayos de filosofía política tan originales
como Porque no saben lo que hacen. El goce como factor político escrita
en 1991. Después serán artículos que irán completando este trabajo teórico como
“Fantasía, burocracia, democracia” (en Mirando al sesgo), “La
obscenidad del poder” (en El acoso de las fantasías). Otro libro que tuvo una
gran resonancia (fuera de nuestro país, claro) fue El espinoso sujeto,
publicado en 1999, uno de cuyos capítulos está dedicado a la teoría política:
“La universalidad escindida”. Más tarde se publicarán Contingencia,
Hegemonía y Universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda (escrito
el 2000) y ¿Quién dijo totalitarismo? (escrito el 2001 y traducido
al castellano el 2002). Y el mismo año 2001 escribe un texto que se titula Amor
sin piedad. Hacia una política de la verdad que sin tener un contenido
específicamente político sí tiene una introducción que clarifica muy bien su
proyecto político posterior. Igualmente como transición entre esta etapa más
teórica y los análisis más concretos de la situación actual hay que citar el
texto que Zizek escribe el año 2002 comentando el estado de la situación a
partir de los atentados del 11 de septiembre: Bienvenidos el desierto de
lo real, publicado el año 2002. Dejo en el tintero otras
publicaciones de Zizek porque los temas que plantean no son específicamente
políticos.
La triple referencia que inspira estos últimos
escritos, es la de Lenin, San Pablo y, por supuesto Lacan. Zizek quiere
replantaerse el valor y de la fuerza del cristianismo frente a la influencia
progresiva del orientalismo y las ideologías de la New Age, llegando a
considerar que la ética del capitalismo se adecuan perfectamente a la ética
taoista-budista, con su mensaje sobre lo efímero, la impermanencia y el
desapego. Pero su reivindicación del cristianismo desde la figura de San Pablo
la plantea desde una posición materialista y atea, recogiendo su mensaje
universal y la experiencia revolucionaria de los primeros colectivos
cristianos. También plantea repetir a Lenin y reivindicarlo como paradigma de
acto revolucionario frente a la izquierda que quiere desembarazarse de su
legado. Y situarlos a ambos en una perspectiva lacaniana, contra el escándalo
de los que siguen el arraigado prejuicio antilacaniano, y sacarlo de su círculo
de devotos desde una original y arriesgada lectura política. Toda esta
reflexión teórica tiene el proyecto de recuperar el vínculo entre ética y
política desde lo que él llama la política de la verdad. Esta propuesta quiere
luchar contra la pretensión postmodernista de separar la ética de la política,
que considera que aunque hay una serie de principios éticos universales el
campo de la política es estrategia del más puro pragmatismo. Hay que
reivindicar la política, dice Zizek, que surge de la verdad de la mirada
comprometida de los excluidos y de la acción que deriva de ella, asumiendo
todas sus consecuencias, por muy desagradables que sean.
Slavoj Zizek plantea una serie de análisis que me
parecen imprescindibles como materiales para una teoría de la izquierda
contemporánea. Sus reflexiones teóricas son potentes y muy sugerentes y sus
aportación sobre la ideología del tardocapitalismo global son muy lúcidas y muy
innovadoras. El papel paradójico de Zizek es que viniendo de lo que
convencionalmente se asocia al postmodernismo (postestructuralismo francés)
hace conjuntamente con el renovador marxista norteamericano Frederic Jameson la
crítica más radical a este movimiento, llegando a considerarlo como una de las
ideologías del tardocapitalismo globalizador. Y reivindica sin complejo ideas
como la verdad universal, el sujeto de la emancipación, el papel nuclear de la
lucha de clases. Por otra parte entra en debate con autores contemporáneos de la
izquierda como Toni Negri o Ernesto Luclau, con unas críticas muy serias a sus
propuestas.
Su proyecto de una política de la verdad es muy
interesante pero desde la izquierda se necesitan también análisis concretos con
propuestas de acción concretas. Porque lo que da sentido a la izquierda es su
práctica transformadora y a ella debe estar ligada la teoría. Y me da la
impresión que, desde este punto de vista, lo que plantea Zizek en estos últimos
textos es poco consistente. Lo que planteo también en este artículo son una
serie de puntos para mostrar esquemáticamente algunas de sus aportaciones y
también la reflexión crítica que me han despertado su lectura. Invito a todos
los lectores a una lectura atenta de su obra, porque vale la pena leer a un
autor que nos invita a pensar políticamente desde nuevos horizontes.
Ideología y verdad en el mercado capitalista
global
El tema de la ideología es uno de los más
elaborados por Zizek desde el inicio de su trabajo teórico (ver el artículo de
El Viejo Topo nº 195 ¿Quién es el maldito Zizek?) Planteo aquí algunos
de sus puntos clave:
El Discurso hegemónico del tardocapitalismo es el
universitario, tal como formula Lacan en su Seminario del año 1969-70, tras el
Mayo francés. Lo que plantea es que este discurso sostiene unas relaciones de
poder que sustituyen al viejo discurso autoritario del Amo, que ya no se
presenta como tal, sino como un gestor cuya última justificación es el discurso
científico.
Los acontecimientos de mayo en París eran un
síntoma de esta transformación. El síntoma revela siempre una verdad y lo que
manifiesta no sólo es éste cambio de discurso sino también que este nuevo poder
integrará la transgresión como parte del juego establecido. Es decir que cada
vez más la transgresión (estética, sexual, estilo de vida) se convierte en la
norma, en lo aceptado en el sistema.
De aquí deriva también la biopolítica, entendida
como administración de la vida de los individuos, manipulados para
proporcionarles una vida agradable en un mercado que puede ofrecerles todo tipo
de satisfacciones para sus demandas. Pero se les va vaciando de su condición de
sujetos del deseo para convertirlos en objetos pasivos (clientes) de un sistema
que los manipula en nombre de la gestión de una vida sana. Y también les va
convirtiéndolos veladamente en Homo sacer, es decir en individuos
despojados de su condición real de ciudadanos responsables.
La ideología política hegemónica actualmente es
la liberaldemocrática de la tolerancia, la corrección política y el
multiculturalismo como el discurso de este tardocapitalismo globalizador. El
tema ya lo había planteado anteriormente en un trabajo conjunto con Frederic
Jameson sobre el postmodernismo: el relativismo del todo vale tiene
la función de neutralizar cualquier acto transformador y el totalitarismo es
el chivo expiatorio que tiene como función criminalizar cualquier planteamiento
revolucionario. Esto lleva a afirmar a Zizek que, paradójicamente, la ideología
que mejor representa los intereses globales del capitalismo es hoy la de la
pseudoizquierda liberal (el paradigma es la Tercera Vía que defiende Tony
Blair). Las opciones claras de la derecha pura y dura, como la de Bush,
representan más a sectores particulares del Gran Capital (el de EE.UU.) y son
menos eficientes para mantener el equilibrio del sistema. La lógica capitalismo
global es genuinamente multiculturalista y no representa el dominio de una
cultura a nivel mundial, y también en este sentido el neoconservadurismo
americano es expresión de intereses particulares de sectores del Gran capital. La
función de los populismos de la extrema derecha es la de hacer de complemento
ideológico del liberalismo, ya que éste los demoniza para aparecer como
representante de la democracia, mientras absorbe de manera “civilizada” lo que
ellos proponen de forma salvaje (por ejemplo: el control de la inmigración).
Pero no solo esto sino que estas opciones se convierten en falsas alternativas
para la clase obrera, ya que plantean sus problemas reales frente a un discurso
políticamente correcto que los niega.
En este contexto ideológico es importante la
ideología del nacionalismo, que aparece como un resto patológico de los lazos
simbólicos tradicionales en la modernidad. Si la democracia moderna se refiere
a un sujeto sin atributos (en el sentido que no hay nada que nos diferencie del
otro en esta igualdad formal de derechos) este sujeto busca identidades
imaginarias con las que identificarse, una de las cuales sería la nación. Esta
pasa a ser entonces una comunidad imaginaria que proporciona una identificación
patológica y actúa como un fetiche que oculta los antagonismos sociales básicos
(la lucha de clases) y a la misma desintegración de los lazos simbólicos
tradicionales.
Las luchas se entienden entonces como luchas por
la identidad y estas cubren y ocultan el antagonismo social fundamental que es
el conflicto entre clases sociales.
El giro que se da a partir del 11 de septiembre
cierra lo que se consideraba el fin de las ideologías a partir de la caída del
socialismo real. Aquí Blair/Bush se unen frente al totalitarismo y al terrorismo,
que cubren en el imaginario del poder capitalista el papel vacío de Enemigo
Visible que representaba el Comunismo en la Guerra Fría. Pero esto es, por
supuesto, un falso dilema. Lo que se da no es un choque de civilizaciones sino
un choque dentro de cada civilización. En EE.UU. cada vez hay más
fundamentalistas y una extrema derecha que puede derivar claramente hacia el
terrorismo. EE.UU., como sabemos, potenció el movimiento de los talibanes
contra un Afganistán soviética. La batalla contra los talibanes es un lucha del
capitalismo contra sus propios excesos (como pasó con el nazismo) porque no
son, como pueden parecer, un movimiento tradicional premoderno sino un producto
del conflicto moderno entre EE.UU./ U.R.SS. Arabia Saudí es también una
dictadura islámica aliada con EE.UU. por intereses económicos y estratégicos.
Las cosas no son tan claras como nos presenta la ideología dominante.
Delante de toda esta mixtificación ideológica
Zizek plantea su defensa radical de la noción de verdad, en contra del
planteamiento postmodernista de que todo son narraciones y, como tales, tienen
todas el mismo valor relativo. Hay que recuperar lo que Zizek denomina una
política de la verdad, aunque no se trata defender, al estilo de Althusser, la
ciencia contra la ideología porque no hay una verdad objetiva, sin distorsiones
subjetivas. Para Zizek siempre hay una perspectiva (una posición que determina
la mirada desde la que explicamos las cosas) y siempre hay una toma de partido,
que aunque unilateral es portadora de la verdad de la situación. Hay un derecho
a la verdad y hay que saber quien la representa, porque siempre es el sujeto
excluido por la ideología dominante. En este sentido podemos dar dos ejemplos:
Lenin es el que muestra la verdad de la situación inmediatamente anterior a la
Gran Guerra cuando todos los partidos caen en un discurso patriótico; los
judíos son los que muestran la verdad del holocausto delante de los que quieren
justificarla o distorsionarla
La verdad del capitalismo es el poder de la
abstracción en el sentido que lo desterritorializa todo. Retoma de Marx la idea
(formulada en el Manifiesto Comunista) que el capitalismo destruye todas las
relaciones tradicionales (familiares, vecinales, amistosas) para establecer una
única relación que es económica. El capitalismo se convierte cada vez más en
una especie de máquina simbólica sin raíces y es el horror a este vacío es el
que abre paso a todo este tipo de identificaciones imaginarias, ya que los
lazos orgánicos de tipo simbólico que crean la comunidad son eliminados
progresivamente. Pero también considera con Marx, que es reaccionaria toda
posición nostálgica y en este sentido cuestiona radicalmente a los que se
oponen a la globalización en nombre de particularismos nacionales. De lo que se
trata, plantea, no es de oponerse a la globalización sino de radicalizarla, es
decir, universalizarla. Y para ello hay que luchar contra las exclusiones que
conlleva esta globalización capitalista. Universalizarla no es plantear la
hegemonía de una particularidad, como podría ser la europea. Es cierto que la
universalidad es necesariamente una hegemonía, pero ésta es diferente de las
otras, porque es la hegemonía de lo abyecto. Lo que esto quiere decir es que
mientras la supuesta universalidad crea formas de segregación son los excluidos
los que muestran el fracaso de esta universalidad y por lo tanto son los que
representan la posición de verdad de la universalidad. Los ejemplos históricos
son el Demos griego (la voz de los excluidos que no formaban parte de las clases
dominantes y que introducen la universalidad de la ciudadanía en la Polis) y la
Revolución francesa, en la que el Tercer Estado se expresa delante de las
jerarquías establecidas de la nobleza y la Iglesia.
Otra verdad nos la proporciona la economía política,
tal como nos la habían enseñado Marx y Lenin. En este sentido hay que
reivindicar el análisis de la economía como matriz del sistema y volver a
entender la lucha de clases como la lucha central emancipatoria en el sistema
capitalista, aunque evidentemente pensándola desde los cambios actuales. Las
otras luchas parciales tienen un papel secundario con respecto a este núcleo
central pero lo que sí hay que plantear, nos dice Zizek, lo que es hoy el
proletariado En algún momento parece identificarlo con los trabajadores
precarios y los desempleados, pero deja abierto el debate planteando otras
separaciones que se dan en el seno de la clase trabajadora (aparte de la que se
desprende entre este sector de trabajadores que hemos mencionado y los que
tienen un empleo fijo) como el de los trabajadores manuales y los trabajadores
intelectuales. Quizás, nos dice, hay que recuperar también la diferencia que
planteaba Marx entre clase obrera y proletariado, entendiendo la primera como
una categoría empírica de tipo fáctico y el segundo como un grupo para sí, con
conciencia revolucionaria. En todo caso son cuestiones abiertas para pensar,
que excluyen las dos soluciones fáciles y falsas: mantener como un fetiche la
clase obrera industrial/proletariado o eliminar de un plumazo estos dos
términos.
Hay que tener en cuenta también, señala, el
antagonismo entre el Primer / Tercer Mundo, uno de cuyos paradigmas sería la
distinción entre EE.UU. / China en la cual el segundo pasa a ser el Estado de
la Clase Trabajadora para el Capital Americano. También hay que considerar que
las formas de dominación del tardocapitalista van cambiando en el sentido que
las formas de dominación están cada vez más centradas en el que tiene la
información y la capacidad de decisión, que no tiene porque ser un capitalista
(en el sentido de detentar jurídicamente la propiedad privada de los medios de
producción). En este sentido Zizek apunta que la Unión Soviética ha dado el
primer modelo de una sociedad capitalista post-propiedad, en el que la clase
gobernante está definida por el acceso directo a los medios (informativos,
administrativos) de poder y control social (con todos los privilegios
materiales y sociales que comporta) sin que ello implique la propiedad privada,
en el sentido jurídico, de estos medios.
No es verdad que el capitalismo sea el final de
la Historia, que no haya nada más allá de él. Aquí Zizek plantea la interesante
cuestión de que aunque muchos nieguen retóricamente esta afirmación, en el
fondo se la creen, y están convencidos de que después de la caída del
socialismo real el único horizonte posible es el del capitalismo. Es cierto que
el capitalismo siempre está en crisis y que cada vez parece más fuerte, que
tiene una enorme capacidad de regeneración, y que puede convertir cualquier
catástrofe en una nueva fuente de inversión; pero también lo es, como decía Marx,
que lo que puede acabar con el capitalismo es el capitalismo mismo, es decir
sus contradicciones internas, y algunas son específicas de este
tardocapitalismo globalizador que nos toca vivir. Esta implosión se da en
varios frentes: el principal es la paradoja de que el propio desarrollo del
capitalismo vuelve obsoleta la noción de propiedad privada, ya que el poder
depende en gran parte de la información, que ya no está regulado como propiedad
privada. Otro es que la irracionalidad propia del sistema capitalista llega a
un límite difícilmente sostenible. La bolsa, por ejemplo, se está volviendo tan
virtual que lo que determina su valor ya no son las expectativas sino las expectativas
de las expectativas. Las grandes corporaciones, en tercer lugar, no basan su
fuerza en un mayor desarrollo tecnológico sino en su bloqueo, ya que lo que
hacen es comprar a las empresas pequeñas para neutralizarlas y que no puedan
investigar.
Críticas a las opciones de la izquierda
La izquierda, plantea Zizek, vive una de las
peores crisis de su historia. Una de las causas es la incapacidad para
enfrentarse con su propio trauma, que es el estalinismo. La izquierda no tiene
una teoría de lo que fue el estalinismo, prefiere correr un tupido velo y esto
le lleva a veces a utilizar el lenguaje de la derecha liberal para explicarlo.
Hay en el estalinismo, dice Zizek, algo enigmático y desconocido.
La primera opción que critica es, por supuesto,
la de la izquierda liberal, la de la Tercera Vía, que viene a ser una
alternativa de gestión del tardocapitalismo globalizador. Zizek le reconoce una
coherencia al plantear un capitalismo con rostro humano y defender mejoras
dentro del propio sistema. Pero la paradoja, como hemos dicho antes, es que al
someterse a las reglas del capitalismo sin defender los intereses de ningún
grupo en particular puede convertirse en el mejor gestor del sistema, puede
defender su funcionamiento global mejor que la propia derecha.
La segunda opción es la marxista-leninista
dogmática (muy bien representada por el troskysmo) que mantiene un viejo
discurso que considera que el proletariado aun tiene la homogeneidad que ha
perdido y que el movimiento obrero mantiene una acción revolucionaria
reiteradamente traicionada por sus dirigentes. Sus análisis ocultan su
incapacidad de entender el presente y de ofrecer nuevas alternativas, ya que se
basa en análisis superados y en posturas históricamente derrotadas. Se
convierten en una secta que mantiene una especie de fetichismo sobre la clase
obrera y su potencial revolucionario. Y entraría en lo que Lacan llamaba el
narcisismo de la cosa perdida.
Estamos, por tanto, si nos ceñimos a estas dos
opciones de la izquierda, en un marco que constituye un callejón sin salida, ya
que nos obliga a elegir entre unos principios sin oportunidad o un oportunismo
sin principios.
Zizek entra más a fondo en el análisis de dos
opciones que se presentan como renovadoras de izquierda. Una es la propuesta
que planten Toni Negri y Michael Hard en el libro Imperio. Estos autores
consideran que en la fase actual del capitalismo (que según ellos tiene por una
parte un carácter corporativo y por otra está dominado por el trabajo
inmaterial) se da la situación objetiva para una superación del capitalismo. Lo
único que se necesita son dos condiciones: la primera es socializar este
capitalismo corporativo, transformando en propiedad pública lo que es propiedad
privada; y lo segundo consolidar este trabajo inmaterial, que implica en sí
mismo un dominio espontáneo de los productores porque son ellos mismos los que regulan
directamente estas relaciones sociales. Pero Zizek cuestiona que podamos
interpretar estas formas de trabajo inmaterial en un sentido autogestionario y
también que este capitalismo que los autores anteriores llaman corporativo
signifique una politización de la producción. Más bien entiende este doble
proceso en un sentido contrario, como despolitización total. Las
reivindicaciones que exigen Negri/Hard al Estado (renta básica, ciudadanía
global, derecho a la reapropiación intelectual) es una modalidad el discurso
histérico, que lo que hace es pedir al Amo demandas imposibles de cumplir. La
última crítica es al nuevo sujeto político que nos plantean estos autores, que
es la multitud. La multitud, como nuevo sujeto revolucionario, es definida
retóricamente como la multiplicidad singular de un universal concreto, la carne
de la vida, la pura potencialidad de un conjunto amorfo que adquiere forma en
la acción. Sería, para entendernos, la gente que sale a la calle para
manifestarse contra la globalización o contra la Guerra de EE.UU. en Irak.
Zizek señala que hay aquí una idealización del término, que elimina la
ambivalencia originaria de la propuesta inspirada en Spinoza, que señalaba
también el peligro de esta multitud, que podía transformarse en una turba
violenta e irracional unificada por el Líder (Subcomandante Marcos, Hugo Chávez).
Al eliminar esta vertiente negativa lo que señalan estos autores es únicamente
el aspecto que, por la diversidad de sus miembros, presenta la multitud como
resistencia colectiva flexible que presenta la multitud por la diversidad de
sus miembros. Resistencia colectiva que tampoco puede, nos advierte Zizek,
transformarse en un trabajo político en positivo por la ambigüedad de propuesta
que conlleva esta misma diversidad (como ejemplo de la disolución de una
multitud flexible recuerda su experiencia en la oposición política al
socialismo real) Zizek señala también las limitaciones del movimiento
antiglobalización. La acción directa como resistencia acaba haciendo el juego
al Sistema porque no propone alternativas políticas. No podemos tampoco
entender la lucha de izquierda como un conjunto de luchas parciales. Es
necesario plantear una alternativa global.
La otra postura que plantea salir del impasse
actual de la izquierda es la que Zizek denomina la política pura, representada
por teóricos como Alain Badiou y de Ernesto Laclau. Su alternativa es la que
ellos denominan la democracia radical, cuya lógica se enfrenta necesariamente a
la del capitalismo globalizador. Aquí Zizek cuestiona la necesidad de mantener
las reglas formales de la democracia, que él considera parte de lo que llama la
farsa liberal. ¿Por qué hay que respetarlas, se pregunta? Lo que plantean estos
autores es que hay que mantener el valor de la democracia, que es el de
transformar el enemigo en adversario, es decir no alguien a quien destruir sino
un oponente a mantener. Se trata de compartir los principios ético-políticos de
la democracia. La alternativa se plantea en términos de política pura, con una
demanda incondicional de igualdad, que como tal sería anticapitalista porque
entra en contradicción con el sistema pero que no cuestiona su esfera básica,
que es de la economía capitalista. Es decir que hay que criticar el capitalismo
y su forma política, que es la democracia liberal parlamentaria. No podemos
considerar que esta forma política, producto de un sistema socioeconómico, vaya
a acabar con éste.
Lo que plantea Zizek es una doble crítica: que en
la democracia siempre hay una exclusión (que es la de los que no aceptan las
reglas del juego) y sobre todo que no cuestiona explícitamente la estructura
económica del capitalismo y la forma del capitalismo, que es la lucha de clases.
En este sentido también se opone a las luchas culturales porque eluden este
antagonismo principal y radical. Y hay que volver a la economía política en el
sentido que la reivindicaba Marx, en contra de quedarse en la esfera exclusiva
de la política o de la economía, aunque es esta la que tiene el papel central.
Hay que mantener la lucha socialista global
contra el capitalismo pero planteándolo la lucha en los términos de la etapa
actual del capitalismo del mercado global. Y para esto hay que repensar la
izquierda pero asumiendo sus propios traumas. Y el trauma, como sabemos por el
psicoanálisis, viene dado por lo insoportable. La izquierda no puede negar lo
peor de su historia, tiene que asumirlo, explicarlo y aprender de sus errores.
¿Qué nos propone Zizek?
Hay que repensar la izquierda asumiendo el trauma
de lo insoportable de su propia historia. Hay que luchar contra el
postmodernismo (presentarlo todo como narraciones relativas) para reivindicar
la verdad universal, el sujeto político y la emancipación radical. Lo que
plantea nos es una propuesta sistemática sino una serie de propuestas dispersas
que creo que vale la pena valorar. Zizek, sin plantear una alternativa
sistemática, orienta su propuesta siguiendo la pista de la teoría de los cuatro
discursos, que ya hemos comentado anteriormente. Zizek nos dice que hay que
oponerse al discurso del Amo, sea en su versión autoritaria o en la versión
actual del discurso universitario, que como hemos comentado es el discurso de
la élite dirigente de los expertos. También al discurso histérico, que consiste
en reivindicar al Amo (al Estado) lo que es imposible La cuestión es cómo se
concreta este discurso alternativo. El único discurso revolucionario es el que
Lacan denomina el discurso del analista. Lo que nos concreta Zizek al decirnos
que este discurso es el de la destitución subjetiva, el del acto sin sujeto, no
es mucho. Sí que nos da una serie de pistas para seguirlo:
Hay que luchar por mantener un espacio vacío que
posibilite lo diferente, lo que podríamos llamar el Acontecimiento, que es lo
único que puede posibilitar una transformación radical. En este sentido Zizek
nos advierte que aunque los viejos regímenes comunistas (cuya única
supervivencia es Cuba) tengan un contenido positivo que puede ser peor en
ciertos aspectos que el del propio capitalismo, hay que reconocerle que han
abierto un espacio diferente que el que nos ofrece éste. Han abierto nuevas
posibilidades, aunque hayan resultado fallidas.
El revolucionario, como el analista, se autoriza
a sí mismo. No hay garantías, nada externo a nosotros puede garantizar nuestros
actos. Hay que reivindicar el acto político revolucionario y no aceptar que el
capitalismo sea el único destino, bajo la amenaza de que cualquier cambio sería
catastrófico. Arriesgar lo imposible, arriesgarse a la locura del acto, es la
única opción revolucionaria. El modelo es (siguiendo a Lacan) Antígona. Su
negativa es una locura, es un gesto imposible, una intervención excesiva y no
una intervención estratégica. Pero es una locura desde las reglas del juego
impuestas por el Amo. El modelo político de este tipo de discurso y de acto es
el de Lenin entre la revolución de febrero y la de octubre. Y hay que repetir a
Lenin, pero no en el sentido de imitarlo, ya que lo que de él hay que aprender
son sus errores y lo que hay que rescatar es la locura de su gesto, la de
impulsar la Revolución de Octubre. Es el gesto subversivo de la ruptura, la
Utopía entendida, no como una promesa de futuro sino del presente, en la medida
que abre un espacio fuera de la lógica del capital. Y es este acto el que
reivindica la política de la verdad, en contra de la sacralización de la
democracia como reino de los sofistas o las ideologías justificadoras del
totalitarismo. Hay que reivindicar a Lenin como la formalización de Marx a
través de la teoría del partido. El gesto revolucionario de Lenin al impulsar
la Revolución de Octubre contra toda estrategia posibilista es un acto ético
político porque representa una contingencia radical, porque no tiene garantías.
No hay un Gran Otro (la Historia, la Razón, la Ciencia) que justifique la
acción revolucionaria.
Hay que recoger las experiencias de los
colectivos autogestionarios (hackers, experiencias comunitarias de las favelas
o actos políticos-estéticos como los flash mobs -actos en los que un grupo de
gente hace una acción sorprendente y luego desaparece) son ejemplos prácticos
de apertura de espacios alternativos.
Una reflexión crítica
Zizek critica la falta de consistencia de las
viejas propuestas de la izquierda y plantea al mismo tiempo que las luchas
dispersas y múltiples de la sociedad contemporánea no suplen la necesidad de un
trabajo político global. Pero ¿cómo puede entonces tomar como referencia las
comunidades de hackers o lo que llama luchas estético-políticas? ¿Y no son las
experiencias de las favelas luchas de supervivencia y solidaridad que tampoco
son en sí una alternativa política global? ¿O sí lo son? ¿En qué sentido?
La misma ambigüedad que mantiene Zizek cuando
reivindica a Lenin y la necesidad del partido como forma orgánica y
simultáneamente nos dice que no es posible pensar hoy la construcción de un
partido revolucionario.
También hay en Zizek un paso abismal entre
posturas defendidas los últimos años que podían considerarse posibilista. Zizek
defiende la intervención de la OTAN en conflictos internacionales, planteando
más en concreto que tenía que haber bombardeado antes Serbia. O que la única
alternativa a EE.UU. es una Europa política, defendiendo el sí al referéndum y
llegando afirmar en algún momento que el Tercer Mundo está alineado con EE.UU.
y que la única esperanza viene de está Europa unida. Estas afirmaciones son
radicalmente contrarias a las que hace en estos últimos textos cuando nos dice
que cualquier acción política dentro del sistema sólo sirve para consolidarlo.
Pero el punto que me parece más grave es la
confusión que introduce Zizek al identificar democracia con liberalismo. No
podemos identificar el significante democracia, por usar la expresión de Zizek,
ni con el sistema capitalista ni con el sistema parlamentario y unas reglas
formales, porque si lo hacemos estamos desperdiciando nuestro propio
patrimonio, nuestra propia tradición desde la izquierda. Vale la pena
reivindicar aquí aportaciones como la de Cornelius Castoriadis o, en nuestro
propio país, las de Toni Doménech o Joaquín Miras, que contraponen una
tradición republicana socialista radical, que por supuesto cuestiona el
capitalismo, a la tradición liberal-parlamentaria que lo sostiene. Porque si no
mantenemos estas diferencias perdemos lo mejor de la democracia, cuyo auténtico
sentido recoge nuestra tradición de izquierdas, y lo dejamos en manos de la
derecha o la pseudoizquierda liberal. El riesgo es acabar en un callejón sin
salida en el que reivindicando el trabajo político global nos condenamos a la
pura denuncia.
El problema que veo en el último Zizek es el de
una cierta deriva hacia lo que él mismo siempre se ha empeñado en criticar, que
es la posición del Alma Bella. El Alma Bella, como sabemos, es una figura
hegeliana que consiste en la posición purista del que critica aquello de lo
que, en el fondo, él mismo se alimenta. Zizek está empeñado en denunciar esta
postura, que él identifica básicamente con la izquierda académica
estadounidense, de la que dice que defiende de forma maximalista aquello que
saben que nunca se aplicará, y que si se aplicara sus miembros serían los
primeros perjudicados y aunque celebro su sentido del humor quizás se complace
demasiado en los aplausos de la galería, que son estos círculos de
incondicionales a los que divierte su ironía. Y he de reconocer que alguna de
sus provocaciones parecen muy en la línea de escandalizar al personal, cuando
él mismo reconoce la transgresión es la norma. Y si se define como un
estalinista lacaniano ortodoxo, dogmático y poco amigo del diálogo me gustaría
saber qué es exactamente lo que quiere decir, ya que pienso que necesitamos
alternativas consistentes y no juegos de palabras para provocar a los
bienpensantes. Precisamente si él plantea que el estalinismo es el auténtico
trauma que la izquierda debe asumir ¿A qué juega exactamente al llamarse
estalinista? Y sí que hay en Zizek un dogmatismo que me parece peligroso que es
el traslado desmesurado de Lacan a la política.
Las ideologías son un discurso vacío no conectado con la realidad. Doctrinas, fes y creencias organizadas nos pierden. Son parte de la potente industria del entretenimiento. Una revolución es una transformación radical de la existencia humana y el pensamiento izquierdoso es muy degradante, engañoso y conservador.
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