viernes, 6 de marzo de 2015

COMENTARIO AL TEXTO DE FREUD



Ricoeur –como vimos en el primer texto- designó la obra de Sigmund Freud como el tercer episodio (tras Marx y Nietzsche) de la sospecha, de hecho el más significativo por su evidente potencial hermenéutico, es decir, por ser el que se apoya más decididamente en el lenguaje. Pero lo cierto es que en Freud no hay sospecha alguna, lo que hay más bien es apropiación del positivismo más craso del objeto que más se resistía hasta el momento a su conocimiento, o sea, el alma, la psique. No existe, pues, ninguna sospecha en Freud, sino nada más que un intento de acceso científico a zonas hasta el momento vírgenes para el saber occidental: la zona del subconsciente, de lo que se nos escapaba a la racionalidad. Si Descartes dudaba sobre la distinción entre la vigilia y el sueño, ahora ni tan siquiera cabe esa duda: el sueño es la vía regia hacia el inconsciente, es también significativo, interpretable y, por tanto, objeto de racionalidad para el sujeto cognoscente.

Freud siembra la sospecha porque introduce un elemento perturbador en la historia del pensamiento: el inconsciente. Hasta este momento, Occidente ha creído actuar de manera consciente en todo momento; Freud pone sobre la mesa la incómoda presencia de algo que está fuera de nuestro control. El propio Freud describe esta situación en su obra Una dificultad del psicoanálisis como una de “las tres heridas de la humanidad”

  • Copérnico desplazó a la humanidad de su centralidad en el universo anunciando el giro desde el geocentrismo aristotélico al heliocentrismo (herida cosmológica);
  • Darwin nos colocó como un mero eslabón más en la cadena evolutiva de los animales (herida biológica);
  • y, por fin, Freud nos generó la inseguridad respecto de una porción significativa de nuestros actos, aquellos que mantenemos reprimidos en el inconsciente (herida psicológica). A los contenidos del subconsciente no les afectan las leyes de la lógica, ni las categorías, ni las intuiciones puras del espacio y el tiempo; en el marco de actuación del yo kantiano, el sujeto que alcanza la mayoría de edad de la razón, de pronto, pierde la brújula en toda una zona de cognoscibilidad.


Sin embargo, el propio Freud da la pista para curar esta herida con un tratamiento decididamente moderno: la CIENCIA del psicoanálisis (que en este texto, además se hace extensiva a cualquier discurso científico, fuera de la sospecha de una ilusión). Finalmente, la operación del psicoanalista no es otra que la de fortalecer el YO, es decir, situarlo en el nivel más próximo al sujeto trascendental, recuperar la primacía de la res cogitans a costa de ponernos en manos del especialista, del científico, poseedor del logos verdadero para interpretar nuestro yo oculto. Así, el psicoanalista -a la manera de la mayéutica socrática- irá ayudándonos a explorar nuestro yo a base de preguntas, cuyas respuestas esconden la verdad oculta, reprimida.

Por tanto, como ya ocurriera con Marx, este maestro de la sospecha termina desembocando en una solución propiamente moderna y nada sospechosa. A la filosofía no le intimidan nuevos espacios metafísicos que desvelar; si la pretensión fuera atacar el modelo occidental del pensar, más bien habría tenido que renunciar al tratamiento o, mejor, dar a cada sujeto individual la capacidad libre y contingente de interpretar sin reglas su subconsciente, que, ahora ya, no debería denominarse así (“por debajo de”), es decir de modo peyorativo, sino que debería situarse al mismo nivel dentro del aparato psíquico como otra manera distinta de consciencia.

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