jueves, 23 de abril de 2015

PENSAMIENTO POSTMODERNO



Ahora que iniciamos la recta final del grupo de trabajo, conviene ir llegando a ciertas conclusiones. Hasta el momento, hemos abordado la cuestión de los textos filosóficos partiendo de la perspectiva hermenéutica de la mano de Ricoeur. De este modo, llevamos a cabo el análisis de algunos de los textos más relevantes del origen del saber filosófico, en los que se ponían las bases del luego denominado PENSAMIENTO MODERNO. Un segundo bloque de textos lo compusieron los tres “maestros de la sospecha”, según expresión del propio Ricoeur, pensadores que con más o menos eficacia pusieron en entredicho ese PENSAMIENTO MODERNO.

Con este último apartado, abrimos el especio a la actualidad de la filosofía, con dos pensadores divergentes, cuyo modelo explicativo sólo puede entenderse tras la crítica de la MODERNIDAD. El esquema de racionalidad que ambos plantean gira en torno al llamado PENSAMIENTO POSMODERNO, ya sea para menospreciarlo –es el caso de Chomsky- ya para matizarlo –en el caso de Foucault (el cual se considera heredero directo de Nietzsche).

Este PENSAMIENTO POSMODERNO tiene sus orígenes en los albores del S.XX, si bien es cierto que no se trata de algo surgido por el hundimiento del modelo moderno de razón, es decir, que no se trata simplemente de una nueva fase del pensamiento occidental, sino más bien de otro modelo de pensar, cuyo rastro se puede seguir en toda la historia de occidente.

Seguramente es en el mundo del arte donde mejor se perciba este cambio de perspectiva en la compresión de la racionalidad occidental. Cuando durante su etapa dadaísta M. Duchamp presenta su urinario firmado por R. Mutt, lo que se está produciendo es un cambio semántico en la hermenéutica del arte: “si está firmado y no puedo orinar en él porque está en la pared de un museo, tiene que ser arte”. El juego postmoderno incorpora la pragmática en la interpretación; las cosas no son una cosa de manera unívoca (como quería Parménides y, desde él, el pensamiento moderno) sino que son contingentemente, en función de sus circunstancias concurrentes. El valor de uso de un sanitario se transforma en valor de cambio en el mercado del arte; entra en juego el capital para definir lo que ese objeto ES. Se rompe con el relato meramente semántico: “es un sanitario que sirve para orinar en él”, y se propone un relato pragmático: “en este contexto, no sirve para orinar sino para exhibirlo y, por ello, puedo cambiarlo por una gran cantidad de dinero”. 

Es fácil comprender por tanto que lo que se juega en la concepción postmoderna de la racionalidad no es una superación de una racionalidad anterior sino otra manera distinta de interpretar el mundo, que, eso sí, impugna los valores modernos de la Verdad necesaria y la Razón universal. Frente a ello, la postmodernidad sostiene un modelo de racionalidad plural y de verdades contingentes, tanto en el ámbito de las razones teóricas como en de las prácticas. Lo que la postmodernidad propicia es un espacio de confrontación racional, que se une a las polémicas ocasionadas por el saber sofístico o autores menos ortodoxos como Aristóteles, Leibniz o, sobre todo, Nietzsche.

Por eso Lyotard en La condición postmoderna señala que la modernidad es un “ahora” y la postmodernidad otro “ahora”. Con la postmodernidad se abre el horizonte –ya esbozado por otros- de la ontología plural, donde la ciencia, la literatura (el realismo sucio), el arte,…hablan de la realidad a través de RELATOS. Es decir, interpretan el mundo desde la contingencia del discurso narrativo, que nunca se cierra definitivamente. Lejos de una forma de relativismo, la postmodernidad defiende una racionalidad capaz de definir en tantos sentidos como sean necesarios para acoger la diversidad de cada cuestión a debate.

En esta línea, Foucault en Las palabras y las cosas critica la idea tradicional de historia como sucesión cronológica de hechos, que se despliegan conforme a principios inmanentes de orden y cuyo conjunto está dotado de sentido (como en el caso de los esquemas dialécticos de Hegel o Marx…ya vimos en su momento que Marx no era del todo sospechoso al pensamiento moderno). En opinión de este autor, lo importante no es una descripción causal, positivista de los hechos históricos sino la interpretación de la presunta legitimidad de este orden preestablecido. Para Foucault, no existe historia sino una sucesión plural de discursos legitimadores, todos ellos igualmente racionales y potencialmente legítimos pero sólo algunos, de hecho legitimados y, a la postre, “motores de la historia”. La propuesta es pasar de una interpretación lineal de la historia a una fragmentaria: la microfísica del poder. Hay que analizar los acontecimientos no como efectos y causas superadoras de éstos sino como una red contingente, trazada en múltiples direcciones.

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