Ahora que iniciamos la recta final del grupo de trabajo,
conviene ir llegando a ciertas conclusiones. Hasta el momento, hemos abordado
la cuestión de los textos filosóficos partiendo de la perspectiva hermenéutica
de la mano de Ricoeur. De este modo,
llevamos a cabo el análisis de algunos de los textos más relevantes del origen del saber filosófico, en los que
se ponían las bases del luego denominado PENSAMIENTO MODERNO. Un segundo bloque de textos lo compusieron los tres
“maestros de la sospecha”, según
expresión del propio Ricoeur, pensadores que con más o menos eficacia pusieron
en entredicho ese PENSAMIENTO MODERNO.
Con este último apartado, abrimos el especio a la actualidad de la filosofía, con dos
pensadores divergentes, cuyo modelo explicativo sólo puede entenderse tras la
crítica de la MODERNIDAD. El esquema de racionalidad que ambos plantean gira en
torno al llamado PENSAMIENTO POSMODERNO, ya sea para menospreciarlo –es el caso
de Chomsky- ya para matizarlo –en el
caso de Foucault (el cual se
considera heredero directo de Nietzsche).
Este PENSAMIENTO POSMODERNO
tiene sus orígenes en los albores del S.XX, si bien es cierto que no se trata
de algo surgido por el hundimiento del modelo moderno de razón, es decir, que
no se trata simplemente de una nueva fase del pensamiento occidental, sino más
bien de otro modelo de pensar, cuyo rastro se puede seguir en toda la historia
de occidente.
Seguramente es en el mundo del arte donde mejor se perciba
este cambio de perspectiva en la compresión de la racionalidad occidental.
Cuando durante su etapa dadaísta M. Duchamp
presenta su urinario firmado por R. Mutt, lo que se está produciendo es un
cambio semántico en la hermenéutica del arte: “si está firmado y no puedo
orinar en él porque está en la pared de un museo, tiene que ser arte”. El juego
postmoderno incorpora la pragmática en la interpretación; las cosas no son una
cosa de manera unívoca (como quería Parménides y, desde él, el pensamiento
moderno) sino que son contingentemente, en función de sus circunstancias
concurrentes. El valor de uso de un sanitario se transforma en valor de cambio
en el mercado del arte; entra en juego el capital para definir lo que ese
objeto ES. Se rompe con el relato
meramente semántico: “es un sanitario que sirve para orinar en él”, y se
propone un relato pragmático: “en este contexto, no sirve para orinar sino para
exhibirlo y, por ello, puedo cambiarlo por una gran cantidad de dinero”.
Es fácil comprender por tanto que lo que se juega en la
concepción postmoderna de la racionalidad no es una superación de una
racionalidad anterior sino otra manera
distinta de interpretar el mundo, que, eso sí, impugna los valores modernos
de la Verdad necesaria y la Razón universal. Frente a ello, la postmodernidad
sostiene un modelo de racionalidad plural y de verdades contingentes, tanto en
el ámbito de las razones teóricas como en de las prácticas. Lo que la
postmodernidad propicia es un espacio de confrontación racional, que se une a
las polémicas ocasionadas por el saber sofístico o autores menos ortodoxos como
Aristóteles, Leibniz o, sobre todo, Nietzsche.
Por eso Lyotard
en La condición postmoderna señala que la modernidad es un “ahora” y la
postmodernidad otro “ahora”. Con la postmodernidad se abre el horizonte –ya
esbozado por otros- de la ontología plural, donde la ciencia, la literatura (el
realismo sucio), el arte,…hablan de la realidad a través de RELATOS. Es decir, interpretan el mundo
desde la contingencia del discurso narrativo, que nunca se cierra definitivamente.
Lejos de una forma de relativismo, la postmodernidad defiende una racionalidad
capaz de definir en tantos sentidos como sean necesarios para acoger la
diversidad de cada cuestión a debate.
En esta línea, Foucault
en Las palabras y las cosas critica la idea tradicional de historia como
sucesión cronológica de hechos, que se despliegan conforme a principios
inmanentes de orden y cuyo conjunto está dotado de sentido (como en el caso de
los esquemas dialécticos de Hegel o Marx…ya vimos en su momento que Marx no era
del todo sospechoso al pensamiento moderno). En opinión de este autor, lo
importante no es una descripción causal, positivista de los hechos históricos
sino la interpretación de la presunta legitimidad de este orden preestablecido.
Para Foucault, no existe historia sino una sucesión plural de discursos
legitimadores, todos ellos igualmente racionales y potencialmente legítimos
pero sólo algunos, de hecho legitimados y, a la postre, “motores de la
historia”. La propuesta es pasar de una interpretación lineal de la historia a
una fragmentaria: la microfísica del poder. Hay que analizar los
acontecimientos no como efectos y causas superadoras de éstos sino como una red
contingente, trazada en múltiples direcciones.
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