Nietzsche considera que la tradición occidental maneja un concepto
culpable de razón productiva. En El
nacimiento de la tragedia, lo dionisiaco aparece como aquella intuición del
mundo que intenta captar la realidad sin artificios y el resultado es la
intuición del dolor y la muerte, que se hallan inevitablemente en lo plural,
disperso, contingente, irracional y por ello mismo verdadero. La otra experiencia
es la intuición apolínea, en la que podemos ocultar esta intuición de la muerte
mediante la producción de obras eternas: un movimiento es frágil, dura un
instante… el Discóbolo de Mirón, en cambio, es eterno. Por eso, Apolo es la
intuición del arte conceptual, y en el arte se subsume completamente la muerte
y la contingencia bajo una apelación a la eternidad y a la necesidad, para lo
que previamente es necesario desvelar la esencia de lo que se quiere
representar. Por eso Nietzsche entiende, en su primera obra, que la filosofía
viene representada por Apolo: busca la verdad eterna más allá de lo real
contingente, aparente, y, cuando la encuentra, la fosiliza en la obra de arte.
Las obras posteriores de Nietzsche –por ejemplo, La Gaya ciencia,
en cuyo prólogo insta a la vuelta a la Grecia de la gozosa APARIENCIA y propone
abrazar la VIDA, la CIENCIA FELIZ; abandonar la tragedia por una
comedia-tragedia (Apolo+Dioniso)- dan un vuelco a esta interpretación
primera, porque comprende que ambas intuiciones tienen que ir de la mano.
En el Libro V de La Gaya ciencia comienza advirtiendo de que una
noticia recorre Europa: que “el viejo Dios ha muerto”…comienza un nuevo
amanecer. Los antimetafísicos, los “sin-Dios” han descubierto que la mentira
más largamente mantenida es la Verdad. Y añade que, igual que nos avergonzamos
sin ropa, los europeos no sabemos vivir sin moral/sin gramática (es la
metafísica del pueblo). De este modo, algunos pretenden el conocimiento de la
realidad cuando reducen la realidad a algo ya conocido (como la tabla de
multiplicar…)
Finalmente la propuesta nietzscheana va a seguir conllevando una lucha
contra el concepto pero a favor del arte. Ahora bien, del arte entendido como producción
sin más, libre, a la manera del primer Wagner, del que no pretende hacer
filosofía con cada pieza musical. Propone un artista que lo es de la vida, que
transvalora, o sea, vive la vida como arte porque crea ex nihilo a cada instante.
El arte ahora se entiende como sublime.
Y este artista es el superhombre, es decir, el hombre occidental seguro
de sí mismo, en posesión de todas sus facultades, la razón occidental llevada a
su ciclo último, en el que el mundo real no se sustituye por el verdadero
porque el que vivimos nos pueda producir dolor e inquietud. Este individuo sabe
que cada producción es múltiple y no condicionada, y por ello insegura pero
LIBRE.
Omnis determinatio est negatio (“toda determinación es negación”),
afirmaba Spinoza; pues bien, el superhombre es el que niega esta negación. Frente
a ella, defiende una voluntad de afirmación de lo real verdadero, es decir, la
voluntad que incluye en el mismo acto no sólo la felicidad, sino también el
dolor y la muerte, en definitiva, la vida. Es una voluntad de poder limitada a
lo real pero ilimitada en cuanto a la elección: el que elige sabe que todo
vuelve. Por ello, el Eterno Retorno es dar de bruces con lo real, que siempre
está; de ahí que la expresión más patética que conservamos del eterno retorno
sea esta: “¿Estarías dispuesto a soportar una y otra vez esta vida entera?”. Si
todo está en un instante, en un instante está la eternidad, y el gozo de decir
sí es, en este sentido, un gozo eterno. Frente a esta apuesta a favor de la
recuperación de la mirada divina, de la eternidad en este mundo, los humanismos
modernos aparecen “humanos, demasiado humanos”; no somos modernos, somos los
más modernos de los modernos…los posmodernos. La propuesta del superhombre es
jugar a ser divino: ¡por eso hemos matado a Dios!, porque hemos recuperado la
capacidad de crear por nosotros mismos, de un modo plural pero individual.
Ahora bien, de esta manera Nietzsche sustituye la
objetividad política, donde existe la posibilidad de diálogo entre las partes
(así lo entendían por ejemplo los sofistas), por la objetividad del arte, que no
permite otro diálogo que no sea la pura presentación de sí mismo. El arte es un
universo de sentido en sí mismo, y no hay normas para la interpretación del
arte por parte de un espectador, se manifiesta en el contexto del uno. El arte
muestra cómo es posible acceder a objetividades cualesquiera sin necesidad de
una apropiación política del sentido, por eso pone tan nerviosas a las
autoridades de las dictaduras o de las democracias formales, tanto que lo han
metido en la cárcel, es decir, en el museo. El arte no tiene ninguna categoría
moral posible (es expresión de un orden sin orden predeterminado, de una
creación que recoge en sí misma todas las tendencias). Cada sujeto crea
individualmente.
En conclusión, Nietzsche se alza efectivamente
como el más sospechoso de los maestros. Aquél que ha sido capaz de poner el
entredicho el pensamiento moderno y de proponer un modelo nuevo en el seno
mismo de nuestra cultura. El pensamiento intempestivo destruye la determinación
negadora, a favor de introducir la nada en el interior del concepto, asumir la
pluralidad de lo real como la única realidad posible, en la que se realiza la
libertad creadora del arte.
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