lunes, 23 de marzo de 2015

COMENTARIO DE NIETZSCHE



Nietzsche considera que la tradición occidental maneja un concepto culpable de razón productiva. En El nacimiento de la tragedia, lo dionisiaco aparece como aquella intuición del mundo que intenta captar la realidad sin artificios y el resultado es la intuición del dolor y la muerte, que se hallan inevitablemente en lo plural, disperso, contingente, irracional y por ello mismo verdadero. La otra experiencia es la intuición apolínea, en la que podemos ocultar esta intuición de la muerte mediante la producción de obras eternas: un movimiento es frágil, dura un instante… el Discóbolo de Mirón, en cambio, es eterno. Por eso, Apolo es la intuición del arte conceptual, y en el arte se subsume completamente la muerte y la contingencia bajo una apelación a la eternidad y a la necesidad, para lo que previamente es necesario desvelar la esencia de lo que se quiere representar. Por eso Nietzsche entiende, en su primera obra, que la filosofía viene representada por Apolo: busca la verdad eterna más allá de lo real contingente, aparente, y, cuando la encuentra, la fosiliza en la obra de arte.
Las obras posteriores de Nietzsche –por ejemplo, La Gaya ciencia, en cuyo prólogo insta a la vuelta a la Grecia de la gozosa APARIENCIA y propone abrazar la VIDA, la CIENCIA FELIZ; abandonar la tragedia por una comedia-tragedia (Apolo+Dioniso)- dan un vuelco a esta interpretación primera, porque comprende que ambas intuiciones tienen que ir de la mano.
En el Libro V de La Gaya ciencia comienza advirtiendo de que una noticia recorre Europa: que “el viejo Dios ha muerto”…comienza un nuevo amanecer. Los antimetafísicos, los “sin-Dios” han descubierto que la mentira más largamente mantenida es la Verdad. Y añade que, igual que nos avergonzamos sin ropa, los europeos no sabemos vivir sin moral/sin gramática (es la metafísica del pueblo). De este modo, algunos pretenden el conocimiento de la realidad cuando reducen la realidad a algo ya conocido (como la tabla de multiplicar…)
Finalmente la propuesta nietzscheana va a seguir conllevando una lucha contra el concepto pero a favor del arte. Ahora bien, del arte entendido como producción sin más, libre, a la manera del primer Wagner, del que no pretende hacer filosofía con cada pieza musical. Propone un artista que lo es de la vida, que transvalora, o sea, vive la vida como arte porque crea ex nihilo a cada instante. El arte ahora se entiende como sublime.
Y este artista es el superhombre, es decir, el hombre occidental seguro de sí mismo, en posesión de todas sus facultades, la razón occidental llevada a su ciclo último, en el que el mundo real no se sustituye por el verdadero porque el que vivimos nos pueda producir dolor e inquietud. Este individuo sabe que cada producción es múltiple y no condicionada, y por ello insegura pero LIBRE.
Omnis determinatio est negatio (“toda determinación es negación”), afirmaba Spinoza; pues bien, el superhombre es el que niega esta negación. Frente a ella, defiende una voluntad de afirmación de lo real verdadero, es decir, la voluntad que incluye en el mismo acto no sólo la felicidad, sino también el dolor y la muerte, en definitiva, la vida. Es una voluntad de poder limitada a lo real pero ilimitada en cuanto a la elección: el que elige sabe que todo vuelve. Por ello, el Eterno Retorno es dar de bruces con lo real, que siempre está; de ahí que la expresión más patética que conservamos del eterno retorno sea esta: “¿Estarías dispuesto a soportar una y otra vez esta vida entera?”. Si todo está en un instante, en un instante está la eternidad, y el gozo de decir sí es, en este sentido, un gozo eterno. Frente a esta apuesta a favor de la recuperación de la mirada divina, de la eternidad en este mundo, los humanismos modernos aparecen “humanos, demasiado humanos”; no somos modernos, somos los más modernos de los modernos…los posmodernos. La propuesta del superhombre es jugar a ser divino: ¡por eso hemos matado a Dios!, porque hemos recuperado la capacidad de crear por nosotros mismos, de un modo plural pero individual.

Ahora bien, de esta manera Nietzsche sustituye la objetividad política, donde existe la posibilidad de diálogo entre las partes (así lo entendían por ejemplo los sofistas), por la objetividad del arte, que no permite otro diálogo que no sea la pura presentación de sí mismo. El arte es un universo de sentido en sí mismo, y no hay normas para la interpretación del arte por parte de un espectador, se manifiesta en el contexto del uno. El arte muestra cómo es posible acceder a objetividades cualesquiera sin necesidad de una apropiación política del sentido, por eso pone tan nerviosas a las autoridades de las dictaduras o de las democracias formales, tanto que lo han metido en la cárcel, es decir, en el museo. El arte no tiene ninguna categoría moral posible (es expresión de un orden sin orden predeterminado, de una creación que recoge en sí misma todas las tendencias). Cada sujeto crea individualmente.

En conclusión, Nietzsche se alza efectivamente como el más sospechoso de los maestros. Aquél que ha sido capaz de poner el entredicho el pensamiento moderno y de proponer un modelo nuevo en el seno mismo de nuestra cultura. El pensamiento intempestivo destruye la determinación negadora, a favor de introducir la nada en el interior del concepto, asumir la pluralidad de lo real como la única realidad posible, en la que se realiza la libertad creadora del arte.

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