Es
un cristiano judío enérgico, con gran capacidad de entusiasmo y de organización
pero algo intransigente. No conoció a Jesús.
En
su predicación en el areópago, intentó persuadir a los sabios griegos de
que Jesús era el último de los sabios, el definitivo; y, naturalmente,
obtuvo un sonoro fracaso, completamente lógico puesto que era absurdo para un
griego que el logos completo perteneciera a una única subjetividad.
Entonces
cambia el mensaje: Cristo no culmina la sabiduría sino que rompe con ella;
anuncia a Cristo, no trata de explicarlo. Así, convierte al cristianismo
en un misterio a la manera clásica, a la manera de Eleusis; es un rito
iniciático en el que se expían las culpas bebiendo el agua del olvido y
comiendo al dios (Dionisos). De esta manera, en el cristianismo los pobres y desheredados
se pueden “convertir” porque “son iguales ante los ojos de Dios”. Este sí es un
mensaje esperanzador, que obtuvo un gran éxito histórico.
En
consecuencia, se inician las primeras revueltas socio-económicas (si somos
iguales ante los ojos de Dios, por qué somos despreciados por el emperador…) y Nerón
decreta el exterminio de los sedicentes en el año 64, dando comienzo a la teología
del martirio y a la escisión de los hebreos, que reniegan para
salvarse. Por su parte, los cristianos huyen del espacio romano hacia la zona
griega de Éfeso (Patmos), donde se crea una iglesia helénica, origen del 4º
evangelio.
Y llegó Pablo Iglesias de Tarso y se cargó la revolución con su propaganda judeo circense para tonticos.
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